El docente como figura humana

 En los últimos párrafos de mi narrativa me he referido a lo que se enseña sin enseñar, es decir, indirectamente. Es de eso que quiero escribir en esta oportunidad, de todo lo que pude aprender en las clases de mis profesores, sin que me lo enseñen. También he escrito sobre la responsabilidad que conlleva el hecho de que uno no solo enseña con lo que enseña sino con lo que transmite.

   Y esto último me ha llevado a pensar ¿uno puede elegir lo que transmite? He llegado a la conclusión de que no, no voluntariamente. Uno transmite alegría si está verdaderamente alegre, no si simula estarlo a fin de poder transmitirlo. Estas son las cuestiones que me interesan profundizar ya que, en ese caso, aquellos profesores que practiquen el respeto podrán transmitirlo y generarlo. Solo quienes ejerzan el gusto por el trabajo podrán vislumbrar este sentimiento. Solo quienes se comporten como humanos podrán incitar a practicar humanidad.

   Hace algunos años comencé a leer un libro escrito por un rabino porteño, Sergio Bergman, que hablaba -como se titula- sobre “ser humanos”. Comentaba que el hecho de ser humano no refiere -como por costumbre se considera- a los mamíferos más sofisticados que somos. Sino a algo más complejo que requiere desarrollo. Para “ser” efectivamente “humano”, como dice Bergman, se debe practicar la humanidad, valga la redundancia. Y en su libro el rabino expone los distintos aspectos que se deben trabajar para llegar a “ser humano”, como por ejemplo la generosidad, la paciencia, la templanza, la humildad, la autenticidad, la responsabilidad, la alegría, la compasión, etc. Todas estas virtudes forman parte de un “ser humano”.

TEMPLANZA, PACIENCIA

   He oído a muchos docentes decir que su mayor objetivo es que sus alumnos sean buenas personas. Creo que el quid de la cuestión es este: uno enseña cuando transmite, entonces, si uno se comporta con humanidad es muy posible que sus alumnos lo hagan también. Recuerdo un profesor en mi secundaria que a gritos pedía silencio. Una vez gritó tanto que su pálida cara se puso roja como un tomate, nos insultó y después de un minuto dijo que éramos unos irrespetuosos. Salió del aula dando un portazo estrepitoso. Una vez, a los cinco años, yo también di un portazo así de fuerte cuando me enojé con mis amiguitas. En fin, volviendo al tema, aquella escena, la de mi profesor, la guardé en mi mente durante años. Me había parecido tan irónico que pida que se le devuelva algo que él no ofrecía: respeto, carisma, interés por lo que se hace. Me acuerdo haber pensado “no da ganas tratar bien a quien maltrata”.

RESPETO, COMPASIÓN

   Tuve otro profesor que también se jactaba de “buen docente” y de transmisor de buenos valores. Y durante mis primeros años de secundaria yo le creí y escuché atentamente. Cuando uno es pequeño y se le enseña “esto es bueno y esto es malo”; “yo soy una buena persona, soy muy inteligente” uno se lo cree, o al menos yo me lo creí. Hasta que fui más grande y me fui dando cuenta de la cantidad de burlas que había en sus clases. Quería caerle bien al grupo de alumnos e imagino que no se le ocurrió mejor opción que burlarse de cada uno, también permitiendo las burlas entre nosotros. Una cosa incita a la otra, como dije anteriormente.

En cambio, había docentes que no se esforzaban en evocar directamente ninguna conducta, simplemente se mostraban auténticos, y eso daba ganas de serlo también. Esta autenticidad los personalizaba como seres humanos. No como una figura acabada e inalcanzable a la que no se puede aspirar a imitar. Una persona que se muestra humana, con desaciertos y todo, considero que es el mejor ejemplo a seguir.

HUMILDAD

   Susana Maurin (2020) en su libro “Educación emocional y social en la Escuela” escribió: “…un docente sólo podrá enseñar a escuchar si él mismo escucha; sólo podrá enseñar a aprender si él mismo muestra su propio deseo de aprender. ( p.137) Explica que, además, que en ocasiones favorece a la educación emocional que “el educador permita que el alumno se ubique transitoriamente en un lugar de comunicación asimétrica de superioridad” (p.137). Esto supone que el docente visibilice su incomprensión sobre algún conocimiento o habilidad con la intención de dar lugar al estudiante que “enseñe” aquello que sabe mejor que los demás. Esta estrategia permite destacar la “excelencia” de cada alumno y su singularidad. Esa asimetría entonces se convierte en una valiosa estrategia didáctica ya que da lugar al desarrollo de autoafirmación de cada estudiante; a la valoración propia; a su expresión y hasta fortalece su imagen frente a los demás. “Cuando el docente sale ocasionalmente del rol del único que ocupa el lugar de “todo el saber” retroalimenta, dinamiza y enriquece los aprendizajes.” (p. 136). Es decir, mostrarse humano y con desaciertos -y no como “conocedor de todo el saber”- no solo habilita un espacio en el que se pueda aprender de humanidad sino que también resulta ser una efectiva estrategia didáctica.

AUTENTICIDAD

   La pedagoga argentina y especialista en formación docente, Andrea Alliaud, expone una postura –a mi parecer muy interesante- acerca del modelo docente. Y cómo éste influenciará el proceso de aprendizaje según la distancia existente del vínculo enseñante-aprendiz. Alliaud en este caso coincide con Maurin en el punto de salir del modelo tan usado de “poseedor de todo el saber”. El hecho de que el docente seleccione cierto tiempo para relatar sus propias experiencias y aprendizajes en forma simple causará que quienes se encuentren aprendiendo puedan encontrarse, incluso identificarse, con un igual y aprender de él (Alliaud, 2011: 21). Mostrarse humano en el aula abre un camino hacia la posible identificación del alumno y posterior seguimiento de metas.

Estos modelos hablantes y en acción favorecen el hecho de que quienes están aprendiendo o se están formando tomen conciencia de la capacidad propia para poder hacerlo. Tales modalidades de formación acercan, acortan las distancias y humanizan el vínculo que se establece entre enseñantes y aprendices, a partir de lo cual se hace posible y resulta viable aprender de ellos (los modelos), tomar de ellos lo que pueden aportar en el proceso de aprendizaje/formación/producción que se está protagonizando.

(Alliaud. “Los gajes del oficio: enseñanza, pedagogía y formación”. 2011: 21)

   Andrea Alliaud remarca la importancia de que quien enseña se proyecte como una imagen real, como ser inacabado. Por lo que resulta valioso que el modelo se muestre como alguien no acabado, como modelo imperfecto que se encuentra allí educando; formando; guiando; enseñando y aprendiendo para elevarse y desarrollarse a sí mismo. Esto habilitará el despojo de la idealización sobre el docente, lo cual acorta las distancias entre lo que se es y lo que se quiere llegar a ser. A diferencia del modelo corriente de “todo el saber” que agranda las distancias, avanza sobre las desigualdades y eterniza el proceso de formación.

   Muy a cuento viene la acotación del filósofo alemán Nietzsche: “Cabría incluso decir que lo que en su ser había de imperfecto y demasiado humano es precisamente lo que nos acerca, en el más humano de los sentidos, a él, porque lo vemos como un ser que sufre, como un compañero de infortunios y no sólo en la desdeñosa altura del genio” (2001: 49)

   Resulta asombrosa la familiaridad que se produce en el aula cuando un profesor exclama “¡Ay! me olvidé” sobre un dato menor o “Me confundí, menos mal que están atentos”. Un profesor siempre va a simbolizar una figura de autoridad, es por esto que es tan significativo que este se muestre -con todo su estudio y tantos conocimientos como para enseñar- como una persona que se puede confundir. No quiero que se me malinterprete. El hecho de confundirse u olvidarse de algún dato no es relevante solo porque sí, sino porque esto deja en descubierto su humanidad.

ALEGRÍA

   En cuarto año de secundaria tuve una profesora de lengua y literatura a la que de cariño llamábamos “Ceci”. Tenía una risa característica. Una vez que se comenzaba a reír no podía parar, y seguido a eso toda la clase se convertía en un coro de risas inacabables. Era una persona que tenía a flor de piel las emociones y creo que eso es algo muy loable. Ella era sumamente transparente, lo que generaba cercanía y además confianza en sus clases. Recuerdo que una vez se le humedecieron los ojos cuando nos dio la interpretación de un párrafo de una novela de Bioy Casares, “La Guerra del Cerdo”. Es la historia de un hombre en la que se refleja el desdén hacia los ancianos. En su momento yo no supe entender mucho el texto, no le di gran significación a la historia. Hasta que la profe Ceci lo explicó, y nos hizo tomar conciencia sobre el maltrato actual hacia los adultos mayores. Al oírlo con sus palabras y verlo en sus ojos: todos entendimos. Tal así que ya va la mitad de una década de eso y recuerdo esa novela a la perfección. Una novela que de haberla leído sola, sin las palabras ni el quiebre de voz de la profe Ceci, no hubiera significado nada. A través de su humanidad yo pude entender la magnitud de la historia.

GENEROSIDAD

   En quinto año tuve un profesor de historia, se llamaba Claudio. Yo nunca fui buena en historia y eso el profe Claudio no lo pudo cambiar, pero sí me enseñó muchas otras cosas. En sus clases reinaba el silencio. No porque él estuviese pidiendo a cada rato que nos callemos sino porque era un placer escucharlo. Tanto como si estuviese anotando palabras –que parecían garabatos por su horrible letra- en el pizarrón como si nos estuviese leyendo: todos escuchábamos atentos. Una vez nos hizo juntar juguetes para un orfanato de la ciudad. Nos enseñó mucho más que historia. Siempre se dirigió a cada uno de nosotros, sus alumnos, con el mayor respeto. Creo que por eso siempre tuvo el respeto y la estima de cada uno.

RESPONSABILIDAD

   Siendo ya más grande tuve una profesora que leyó cada tarea que escribí, escuchó atentamente cada aporte que hice y me dio una detallada devolución de cada trabajo. Recuerdo que en variadas ocasiones, en secundaria, le di poca importancia a la producción de mis trabajos ya que estaba segura de que éstos no iban a ser leídos o totalmente valorados. Me parecía una pérdida de tiempo esforzarme en algo que sabía que quien lo evaluaba no le iba a prestar mucha atención. Llegué a esa conclusión después de haber recibido una nota calificativa cerrada sin ningún tipo de apreciación o sugerencia del profesor. Después de haber tomado coraje para participar en clase y ser ignorada o agresivamente corregida frente a todos. Uno siente ganas de escribir, de hablar, de opinar, de debatir porque se siente escuchado. Yo me siento escuchada y, además, tenida en cuenta.

   Todos estos aspectos que matizan la personalidad de un docente se transmiten, no siempre de manera consciente, en las clases. Cuidar y cultivar nuestra propia humanidad, entonces, sería la clave para educar a buenas personas, con actos nobles que la sociedad siempre espera.

Trabajo de: Donatella Torres Britos

BIBLIOGRAFÍA

  • Alliaud, A., Antello, E. (2011): Los gajes del oficio: enseñanza, pedagogía y formación. Nueva Carrera Docente.
  • Maurin, S. (2020): Educación emocional y social en la escuela: Un nuevo paradigma, estrategias y experiencias. Bonum Editorial.
  • Nietzche, F. (2001): Schopenhauer como educador. Madrid, España. Biblioteca Nueva.